martes, 28 de mayo de 2019

Los ataques desde lo privado a la universidad pública



Hace poco escribí sobre una noticia relacionada con las donaciones de un conocido multimillonario a la sanidad pública. Concretamente, se trataba de una determinada tecnología puntera en el tratamiento de ciertos tipos de cáncer. Allí comentaba los argumentos principales usados contra esta práctica y además añadía que estos gestos esconden intereses que nada tienen que ver con la filantropía.

Aquí voy a tratar de explicar uno de los principales problemas a los que se enfrenta la universidad pública: la apropiación de capital intelectual público para satisfacer los intereses privados. Lo haré poniendo como ejemplo un mecanismo cada vez más usado de contratación científica.  Que conste, y es muy importante decirlo, que este problema es algo generalizado. Esto ocurre tanto en física como en historia o filosofía. En este texto voy a contar cómo es la cara del enemigo en lo referente a la ciencia, pero no quiere decir que sea un enemigo diferente en otros campos. De hecho, cuanto más pregunto, más cuenta me doy de que el mecanismo de destrucción de la educación y sanidad públicas son exactamente el mismo.   

Soy científico de profesión, concretamente astrofísico nuclear. Gran parte de mi formación científica la hice en el extranjero (Alemania) donde la realidad es muy diferente a la que se vive en España. Sin embargo, en mi regreso me ha tocado enfrentarme a esa realidad.  Por desgracia estoy escribiendo estas líneas el mismo día en el que abandono de nuevo España para seguir mi carrera científica en Alemania. 

España no es, sin lugar a dudas, el mejor lugar para ser científico. No voy a analizar cómo se ha llegado a esta situación, pero basta echar una mirada a la historia reciente para darse cuenta de que la investigación no ha sido una prioridad estatal. Todavía en 2019 estamos dando tumbos buscando un modelo productivo eficiente; tarea más que difícil teniendo en cuenta que la entrada en la UE supuso el desmantelamiento de gran parte de nuestro tejido industrial para pasar a ser dependientes de lo producido por otros.

El desequilibrio entre el coste salarial de producción de las mercancías fabricadas y el margen de ganancias obtenido trae como consecuencia directa la precarización de la clase obrera. Está claro que al no disponer de un sector puntero a nivel internacional y debido a las normativas europeas es imposible alcanzar un punto óptimo de oferta-demanda ventajoso. En este escenario, los salarios son bajos y tenemos un empobrecimiento de la clase obrera.

Una de las respuestas a este problema está en la inversión destinada a investigación y desarrollo (I+D) pero nunca ha habido una apuesta ambiciosa real por crear un tejido productivo innovador desapegado de las dinámicas empresariales más vinculadas a la explotación de capital humano, quizás motivados por el espíritu cortoplacista por obtener ganancias económicas a golpe de esa varita mágica que es la explotación laboral.

¿Desde dónde se invierte en I+D? Pues o bien desde lo público o bien desde lo privado, ya sea en forma de empresas o donaciones. En cualquiera de los dos casos España no ocupa un buen puesto en comparación con otros países de nuestro entorno. El caso de lo privado está relacionado con lo anteriormente expuesto, ya que al carecer de un tejido empresarial fuerte es imposible que las empresas se ocupen al mismo tiempo de producir e invertir en I+D. ¿Y lo público?

Las continuas políticas de recortes han precarizado todavía más la investigación que realiza la clase obrera en las universidades públicas. Y decimos bien clase obrera, puesto que, aunque se vincule la imagen del obrero a un trabajador de baja o media cualificación, altas cualificaciones como las necesarias para los puestos de investigación universitaria también sufren condiciones laborales próximas a satisfacer, en cuanto a salario, mínimos de supervivencia. Desde los estudiantes de doctorado, pasando por investigadores retornados sin estabilizar o los contratados a proyecto sufren la realidad de los contratos basura de menos de 700 euros netos mensuales y las malas condiciones laborales dentro de la universidad, enganchando contratos de pocos meses de duración con varios meses de paro durante los que también se trabaja sin estar asegurado.

La lucha por la supervivencia de un proyecto de investigación, además de fomentar  el canibalismo entre grupos por la escasa financiación disponible, desvirtúa el valor de uso que le corresponde a una institución pública como es la universidad: el beneficio social que supone.

Este contexto ha llevado a algunas universidades a la bancarrota o a estar en deuda permanente. Como servicio público que es, el argumento económico no debería entrar en discusión: es un servicio y se tiene que dar. Sin embargo, hay un problema importante relacionado con la estructura interna universitaria. El hecho de que el personal estabilizado (profesores titulares y catedráticos, principalmente) tengan un desequilibrio entre el número de horas de investigación-docencia y la imposibilidad de ofrecer contratos dignos de personal investigador dificulta ese retorno social. Por lo tanto la universidad tiende a acumular profesorado dedicado a docencia (sin apenas horas de investigación) y sin dinero para atraer a gente que realice esa tarea investigadora. 

En este escenario las empresas privadas han aprovechado la ocasión para intervenir en lo público. La estrategia consiste en hacer uso de las estructuras de la universidad publica para proponer un proyecto del que luego sacan un jugosísimo beneficio económico a cambio de un coste ridículo en comparación a lo invertido. Voy a poner un ejemplo real para describir una de diferentes prácticas usadas por estas empresas.

Supongamos que una empresa privada, que se dedica a un determinado sector, recibe una ayuda pública para llevar a cabo un proyecto. Por ejemplo, la construcción de un determinado dispositivo que puede ayudar a tratar el cáncer. Para realizar esa tarea se requiere de personal altamente cualificado y con formación científica. En lugar de ofrecer contratos en el mercado laboral privado, lo que la empresa hace es ir a la universidad pública. La empresa se aprovecha de la escasez de financiación para ofrecer una especie de simbiosis, es decir, la empresa se convierte de repente en partner del proyecto de investigación. La universidad abre un contrato de investigador dentro de un grupo que en realidad va a ser aprovechado por la empresa. A cambio, el grupo recibe migajas en material, servicio técnico u otro servicio que sea de ayuda en la línea principal de investigación del grupo. Por seguir con el ejemplo antes propuesto, un físico de partículas es contratado en el departamento de nuclear para que trabaje para una empresa privada y financiado por ésta. Cada vez que una empresa usa personal universitario, la universidad recibe un porcentaje del valor del contrato (como una especie de comisión) De esta manera la universidad recibe dinero por una plaza que no paga y así puede ayudar a solucionar sus problemas económicos. ¿Dónde está el truco? En las patentes.

Una vez desarrollada la máquina del ejemplo, la empresa privada va a ser dueña de la idea y puede patentarla sin problemas y así obtener beneficios derivados de su venta (en particular a instituciones públicas como los hospitales). De esta manera, si nos fijamos en el flujo de capital, vemos que desde lo público se ha beneficiado directamente a lo privado a costa de la precarización laboral. De esta manera, las universidades, con tal de pagar su deuda, se han convertido en algo más parecido a una  ETT al servicio de lo privado que a un centro de desarrollo de conocimiento y formación científica. Y a esto se ha llegado debido a las necesidades económicas que atraviesan tanto las universidades (como entidad) como los grupos de investigación, que  prácticamente se ven forzados a claudicar a estas prácticas con tal de sobrevivir y continuar con su línea investigadora.

Ya no es raro encontrar, en las universidades públicas, cátedras patrocinadas por multinacionales. Por ejemplo, podemos encontrar la “cátedra Burger King de la Universidad de Extremadura”  o la “cátedra UCM-Pfizer” por poner solo dos ejemplos. Esto supone poner al servicio de los intereses privados las estructuras públicas. Lo que en principio puede parecer una simbiosis o colaboración mutua acaba siendo una relación de sumisión de lo público en favor de lo privado. Ésto, ademas de suponer una contradicción del valor de uso de la universidad, es un peligro para el propio avance científico, pues al ser los intereses de una empresa privada meramente económicos -y en absoluto de progreso científico- tienden a obviar o intentar aminorar en lo posible los recurso y esfuerzos destinados a una parte imprescindible y porcentualmente elevada de la naturaleza intrínseca de la investigación científica que es el desarrollo de experimentos fallidos; imprescindibles por su carácter de allanamiento de las sendas encaminadas a descartar opciones que no van a funcionar y que permiten orientarse hacia la consecución de lo proyectado, por lo que gran parte de la investigación básica puede desaparecer al no ser de su interés.  Además, se corre el riesgo de introducir un sesgo en las investigaciones si al final los resultados no son interesantes para la empresa. Es importante destacar que en ciencia tan importante es saber si algo ha funcionado como si no.

Por ello es necesaria una apuesta por la inversión en empresa pública que sea capaz de patentar y exportar avances tecnológicos. Esto se consigue partiendo de los resultados obtenidos de la investigación básica realizada en las universidades y transformándolos para que sean de interés público. No toda investigación está destinada al éxito empresarial, pero es muy necesario que esos nuevos conocimientos supongan un avance en la tecnología de interés público y se realicen desde lo público.  Lo que a todas luces es incomprensible es que una empresa privada reciba ayudas públicas para desarrollar mercancías cuyos beneficios van íntegramente para ella y esto se haga a costa de la explotación de capital humano público.

Cada día vemos cómo la teoría liberal que defiende los intereses del capitalismo transforma la concepción de la realidad científica hasta convertirla en pura mercancía que se puede comprar y vender. Hoy muchas universidades pelean por la obtención de distintivos de calidad y excelencia investigadora que las haga más atractivas a futuras inversiones. Sin embargo, la realidad es que detrás de esos sellos de excelencia está la precariedad laboral y la lucha por conseguir las migajas de lo que se invierte en investigación y así que su línea investigadora sobreviva. Y esto ocurre incluso dentro de grupos que son parte de una colaboración a nivel internacional, donde además se añade el problema de la deslocalización y así la lucha por la obtención de capital es más amplia y entran más variables en el juego. Aquí solo hemos tratado el problema a nivel nacional, en lo que toca a nuestras universidades y su impacto en nuestro desarrollo. El papel de esos grupos dentro de las colaboraciones internacionales y las inversiones estatales en ellos merecen otro capítulo.

Jose Cuenca García

@joseAusOff

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