martes, 17 de febrero de 2015

¿Y si el problema son los ricos?

La corrupción solo se erradica combatiendo la desigualdad entre un delincuente millonario y un decente empobrecido.

Si Bill Gates contase un dólar por segundo, día y noche sin parar, necesitaría 1.680 años en sumar todo el dinero que posee. Es decir, si hubiese empezado a contarlo en el año 330 estaría terminando justo ahora. Ya sé que es un ejercicio algo estúpido esto que acabo de explicar, pero creo que sirve para imaginar el dinero que algunos han llegado a acumular. ¿Y cuál es el problema de que Gates o algunos otros dispongan de todo ese dinero?, pueden pensar algunos. 

Los problemas son dos. El primero que, según un cálculo de la ONG Oxfam, los ingresos (ingresos, no patrimonio) de las cien personas más ricas del mundo sumaron en 2012 200.480 millones de euros. Y con esa cantidad se puede erradicar cuatro veces la pobreza extrema mundial[1]. De modo que si arrebatásemos esos ingresos a esos cien tipos dejarían de morir miles de niños inmediatamente. ¿Demagogia? A mí solo me parecen matemáticas y humanidad. 



Pero el segundo problema no me parece menos grave. Consiste en que en el capitalismo, los macropropietarios terminan dominando el sistema. Lo dijo ya a comienzos del siglo XX, el juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos Louis Brandeis: “En este país podemos tener democracia o podemos tener la riqueza concentrada en pocas manos, pero no podemos tener ambas cosas”. 

En la película El lobo de Wall Street hay una escena en la que Leonardo DiCaprio, un corredor de Bolsa, es visitado en su yate por dos inspectores de policía que investigan su más que posibles delitos financieros. DiCaprio los recibe con dos prostitutas a su disposición, junto con champán, caviar y langosta. Les insinúa un soborno de mucho más dinero del que nunca cobrarán en su vida los policías y estos se niegan, se despiden y le amenazan con descubrir todos sus delitos. DiCaprio se indigna con soberbia y, mientras se alejan les tira a los pies las langostas y los billetes con los que pretendía sobornarlos. En esa ocasión no funcionó su intento de corrupción, pero mientras haya alguien con todo el dinero del mundo y otros con un modesto sueldo, el sistema estará podrido. La corrupción no se puede combatir solo cesando o encarcelando al corrupto, porque el millonario encontrará a otro para corromper (si antes no corrompe al que debía encarcelar al corrupto, o al que tenía que hacer la ley para encarcelarlo). La corrupción solo se erradica combatiendo la desigualdad entre un delincuente millonario y un decente empobrecido. 

La mayoría de los partidos políticos y sus líderes, habla de acabar con la pobreza. Plantean el problema de la pobreza, pero ni se le ocurre insinuar el problema de la fortuna de los ricos. No se atreven a reconocer que la acumulación de enorme riqueza es, además del origen de la pobreza, un grave obstáculo para conseguir una sociedad digna y democrática. 

No se trata de pedir la absoluta igualdad de ingresos, una razonable desigualdad no es ningún problema y puede ser debida a diferentes formas de entender el trabajo, el esfuerzo o el deseo de consumo por parte de los individuos. El problema es que los 300.000 estadounidenses más ricos ganan actualmente casi lo mismo que 150 millones de norteamericanos empobrecidos. En 2007, el gestor de fondos de alto riesgo, John Paulson, ganaba 3.700 millones de dólares, más de 80.000 veces el sueldo medio de Estados Unidos. O dicho de otra forma, un señor cuyas apuestas contra el mercado de hipotecas basura contribuyeron a desencadenar el hundimiento financiero de 2008 y la crisis global, ganaba tanto como 80.000 enfermeras que dan asistencia sanitaria esencial a seis millones de ciudadanos. ¿Cuál es la lógica humanística y decente que pretende hacernos creer que ese hombre vale tanto como 80.000 enfermeras? Sobre todo, si algunos pensamos que no vale ni como tan solo una. 

Pascual Serrano

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